La ciudad de la justicia de Murcia en silla de ruedas

Esta mañana he tenido ocasión de visitar con cierta relajación la ciudad de la justicia de Murcia -usualmente voy con prisa- y me he entretenido paseando por ella observando cómo, al igual que otras ciudades de esta especie, parece estar más bien pensada para desconcertar al ciudadano que para servirle. No profundizaré en ello pues hoy he preferido tratar de explorar estas instalaciones no desde el punto de vista del profesional de la justicia sino desde el punto de vista de un ciudadano con algún tipo de minusvalía. El resultado ha sido desalentador.

Tras entrar en el primero de los edificios (esta «ciudad» está compuesta de sólamente dos edificios) he decidido hacer un experimento y tratar de alcanzar la sala de vistas que me correspondía -situada en la planta sótano del segundo de los edificios- pensando cómo podría hacerlo en una silla de ruedas. El principio ha sido el que cabría esperar, la confusión propia de estos edificios, cierta desorientación, pero nada a lo que ya no esté acostumbrado. Visto que para llegar al segundo edificio había de bajar a la planta sótano y que en silla de ruedas no podría hacerlo por las escaleras del «hall» me he decidido a usar un ascensor no sin antes preguntarme cómo huye un usuario de silla de ruedas de un edificio en llamas sin usar ascensores, artefactos cuyo uso en caso de incendios es poco menos que suicida.

Tras alcanzar el sótano he salido a un espacio abierto y al tratar de acercarme al segundo edificio he descubierto con horror que llegar a él en silla de ruedas era imposible: Aunque había espacio más que de sobra para hacer una rampa de acceso allí tan sólo había una escalera y esa no era una opción practicable.

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No sin cierta estupefacción he mirado a mi alrededor buscando una solución al problema o una razón que explique tal desatino y entonces la he visto. Estratégicamente situada en ese espacio abierto estaba la solución del enigma.

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Fundida en metal deliberadamente oxidado ahí estaba ella, una ¿escultura? que claramente representaba un plano inclinado y que, debidamente observada, nos ponía de relieve que la falta de rampas no era debida a falta de conocimientos constructivos o a que no se hubiesen percatado de su necesidad. Los diseñadores conocían sobradamente de la existencia de los planos inclinados y su necesidad pero, sin duda debido a superiores exigencias inalcanzables para los ciudadanos, habían decidido no ponerlas allí. La escultura no es más que un mensaje oculto de los diseñadores: Sabemos que hace falta pero va a ser que no.

Desazonado he vuelto sobre mis pasos, he vuelto a subir al «hall» y allí, tras varias exploraciones de reconocimiento y preguntar a diversas personas, he recibido una respuesta casi tan críptica como la escultura: «Vaya usted al juzgado de guardia».

Lo de tener que ir al juzgado de guardia me ha producido cierta desazón pues, aunque moverse en silla de ruedas no es agradable, jamás pensé que fuera algo delictivo o que exigiese comparecer a la judicial presencia. Mientras me dirigía al juzgado de guardia preguntándome si era para ser detenido yo o para denunciar al autor de la ¿escultura? he bajado un momentito al sótano nuevamente pensando que por allí encontraría un acceso y ¡tate! montado en mi imaginaria silla de ruedas me he topado con una salida de emergencia que he decidido aprovechar para echar un cigarrito en el exterior -porque uno también tiene sus vicios- agradeciendo de paso a los diseñadores las cautelas tomadas para el caso de que hubiese de evacuar de urgencia el edificio en caso de incendio u otra catástrofe similar, sin embargo… Sin embargo al llegar a la puerta de emergencia el autor de la escultura ha salido a mi encuentro de nuevo.

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Porque, como podrá comprobar el amable lector que esto leyere, la salida de emergencia está dotada por todo sistema de escape de una escalera «en voladizo» que salva un desnivel de casi un metro. Enfrentado a la tarea de evacuar el edificio en silla de ruedas las opciones que se me presentaban eran dos: O bien tomaba por la escalera cayendo por ella en una grácil serie de elegantes batacazos o bien me lanzaba hacia el precipicio arrostrando la inevitable y subsiguiente «costalada» o «legonazo». Llegados a este punto he observado con verdadero deleite que, el autor del ingenioso dispositivo de evacuación, en lugar de poner bajo el mismo un blando suelo arenoso ha dispuesto sabiamente un lecho de cantos rodados, piedras o «ñuscos» que, si bien no amortiguarán el golpe, evitarán que el mismo produzca el siempre indeseable efecto que le es propio y que en esta región se llama «porsaguera»; un molesto polvillo que suele levantarse por efecto del viento o, en este caso, de la costalada.

Una vez he comprobado que la fuga era imposible por esa puerta sin menoscabo físico, he decidido seguir mi camino hacia el Juzgado de Guardia a los efectos procesales pertinentes y allí, nuevamente, me he visto obligado a reconocer la habilidad del diseñador del sistema porque, tras cruzarme con múltiples personas de interesante biografía, he observado tras otra puerta un nutrido grupo de personas fumando, he emergido al exterior y he visto a mi frente un puentecillo o pasarela que conducía a mi objetivo.

Loado sea Vitrubio.

De los retretes, baños e instalaciones auxiliares ya les hablaré otro día. Por hoy vale.

4 comentarios en “La ciudad de la justicia de Murcia en silla de ruedas

  1. Loables investigaciones, compañero, que se agradecen. Espero que, en breve, el Ministro de Justicia (que a la sazón y por razones leves, que no deseo males a nadie, pueda darse un paseo por allí sentado en una silla de ruedas), ya que será el único medio para que alguien caiga en la cuenta de tus pesquisas.

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